Se propone un edificio enterrado, por respeto al lugar como yacimiento arqueológico industrial que conserva los restos de todas las instalaciones e infraestructuras anteriores y que permite entender cómo funcionaban, y con una forma en planta determinada por el trazado de las vías de las vagonetas que unían el pozo con las zonas de lavado y carga y descarga. El acceso al museo es como el acceso a la mina, a lo excavado, a lo desconocido y misterioso, a un espacio enterrado por descubrir. Este nuevo foso se excava en la antracita mineral que aparece en los paramentos verticales del mismo.
La caña del antiguo pozo se comunica con el museo y da lugar a un recorrido por distintas galerías, con distintas formas y geometrías determinadas por la forma en planta del foso excavado, y cuya conexión con los patios exteriores es visual únicamente a través de ventanas horizontales situadas a la altura de la vista de los visitantes. En planta baja, estos patios se pueden utilizar como espacios expositivos al aire libre.
La envolvente de los edificios fachadas y cubiertas se resuelve con acero Corten, mediante zonas caladas formando celosías, con una geometría alusiva a las formas de los helechos que como restos fósiles aparecen en las piedras de antracita en esa mina. El tratamiento de los muros perimetrales del foso donde se ubica el edificio se resuelve con gaviones de antracita. La disposición de los volúmenes da lugar a patios interiores y exteriores en contacto con los muros del foso. Los pavimentos de los patios son tratados con minerales y piedras de la zona en distintos espesores y formas.
El único espacio que permite una conexión visual con el lugar, donde se pueden observar los restos de las antiguas instalaciones, es la zona de descanso y cafetería del museo, que emerge por encima del foso excavado.